Barack Obama tiene razón: llegar temprano tiene muchas ventajas
Lucy Kellaway
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Lucy Kellaway
El tiempo gastado en esperar se puede usar para revisar correos electrónicos, leer y hacer llamadas telefónicas.
Estaba sentada en el terminal dos de Heathrow algunas semanas atrás, habiendo llegado un par de horas más temprano para el corto vuelo a Dublín. Me había instalado en el sector de comidas, donde disfrutaba del pote con avena y mandaba mis correos, cuando me encontré con un link a las últimas publicidades de campaña de Clinton.
Normalmente, los habría ignorado: las elecciones en EEUU se habían vuelto tan asquerosas que la única respuesta racional a ellas era evitarlas. Pero como tenía tiempo para matar, pinché al link y apareció Barack Obama, con su cara bonita en alerta y divertida, hablando a la cámara: “¿Mi mayor fortaleza? Probablemente, que siempre llego temprano”.
El presidente siguió explicando que le gusta llegar temprano a cada reunión, discurso o conferencia de prensa. “Mi compromiso con llegar temprano no es sólo bueno para mí. Es bueno para la nación. Es bueno para el mundo”. En ese momento ya empecé a asentir con la cabeza con tanta violencia, que un hombre que estaba sentado a mi lado subió la mirada para ver qué estaba pasando.
El llegar temprano tiene casi todas las ventajas posibles. Llegar temprano te hace sentir que estás en control, o lleva al resto a pensar que estás en control. Te pone en una alta posición moral. Si llegas primero a la reunión, no sólo eliges donde sentarte, sino que estás en posición de sentirte como “señor” de los que llegan más tarde.
El único caso cuando no es completamente bueno de ser demasiado puntual es cuando vas a una comida a la casa de alguien. Pero en este caso, lo que puedes hacer es dar una vuelta por la cuadra varias veces, lo que permitirá obtener el apetito necesario para la comida que viene.
Llegar temprano es una característica que define a toda mi familia. Ambos padres llegaban considerablemente temprano para todo. Todos sus tres hijos y diez nietos –incluso cuando estaban en las fases agónicas y violentas de la adolescencia– podían contar con la confianza en que llegarían con bolsas de tiempo de sobra para cualquier ocasión.
Hasta donde tengo conocimiento, ninguno de mis familiares de sangre ha perdido alguna vez un avión. Eso significa, según George Stigler, el economista ganador del Premio Nobel, que administramos mal nuestros tiempos y pasamos demasiado tiempo en los aeropuertos. Yo he visto los ejercicios matemáticos que supuestamente lo comprueban, pero mi postura es inamovible.
El tiempo pasado en la espera no es perdido. Es un tiempo que has escogido destinar y un período pacífico que puedes usar para lectura, llamadas telefónicas y correos electrónicos. Es más, el estrés ahorrado al saber que nunca tendrás que bajar corriendo por la escalera mecánica con bolsas pesadas cuando las puertas están cerrándose, es demasiado valioso para ser percibido por cualquier ecuación.
Para ver qué opinión tienen los famosos y exitosos sobre aparecer antes de la hora agendada, estaba hojeando los archivos de Almuerzo con FT (Lunch with the FT). Mi impresión fue que nuestros invitados que se dan importancia están siempre atrasados. Su tiempo, después de todo, es más valioso que el de periodistas.
Fue mi error. La mayoría de los entrevistados llegaban en punto, o no han sido ni muy adelantados ni muy atrasados para que alguien lo notara. Entre el resto, los que llegaban temprano superaban a los que se atrasaban en la proporción de cinco por uno. Los únicos ejemplos de los atrasados entre las últimas entrevistas fueron Edward Snowden y Russell Brand; ambos han enfadado a tantas personas con lo que hacen, que no tiene importancia si lo hacen un poco más llegando algo tarde.
La multitud de los que se adelantaron, fue más bien un grupo mixto. Adair Turner, ex presidente de Autoridad de los Servicios Financieros, llegó predeciblemente temprano. Lo mismo ocurrió con Paul Krugman y Nouriel Roubini y, más sorprendentemente, Sean Penn, ex chico rebelde de Hollywood transformado en activista político. Personas menos favorecidas parecían expresar un mensaje al llegar muy puntuales, posiblemente con la esperanza de obtener algunos brownies. Sepp Blatter llegó lo suficientemente temprano como para obtener un almuerzo. Lo mismo sucedió con Jeremy Clarkson.
Pero mi lección favorita de la selección de Almuerzo con el FT es de Stephen Green, el director de HSBC. Él llegó tres minutos antes para la reunión y se excusó por estar atrasado.
Esta es una pincelada de genialidad. Fuerza a otras personas, que estaban teniendo un alto nivel moral por haber llegado más temprano todavía, a sacar sus relojes y protestar porque, por el contrario, el nuevo integrante también llegó temprano. Gracias señor Green. Yo recordaré este truco si me encuentro algún día en la situación inusual de llegar a una reunión después de todos.